Como cada año, la recta final de diciembre me invita a reflexionar sobre lo que he hecho a lo largo de los últimos 12 meses y, especialmente, sobre lo que no he hecho.
Que mi cumpleaños sea el 29 de diciembre le imprime cierta profundidad al tema y, junto al clásico “hacer deporte ✅”, burbujean otras preguntas:
¿Quién quiero ser?
El pasado 30 de noviembre, fue el cumpleaños de un amigo. Otra amiga y yo le habíamos enviado un ramo de flores al trabajo y estábamos expectantes por saber cuál sería su reacción al abrir la caja.
Era miércoles por la mañana y yo acababa de recibir la aprobación de un contenido que, con esa luz verde, debería publicar esa misma noche. Cuando fui a contestar con algo parecido a un “me alegra muchísimo que os haya gustado, esta noche a las 20:00 lo publico”, me di cuenta de que WhatsApp no funcionaba.
Lo achaqué a sus clásicas caídas, así que entré en mi correo electrónico para avisar a la marca vía e-mail y seguir con mi día con un tic verde más, pero, por más tiempo que pasaba, la bandeja de entrada no cargaba.
Ni Instagram, ni Facebook, ni Google.
Intenté llamar por teléfono, pero no había cobertura.
Entonces, creí que se trataba de un problema de mi móvil y lo reinicié mientras encendía el ordenador, pero tampoco podía establecer ninguna conexión.
Nos habíamos quedado sin wifi y sin cobertura, así que el problema iba más allá de un sencillo reinicio del router.
Pasaron pocos minutos hasta que empecé a ver un ir y venir constante de gente que se acercaba a la tienda para preguntarle a Ángel qué estaba pasando.
Yo misma cambié mis zapatillas de andar por casa por unas deportivas y me personé en la misma tienda para hablar con él.
(Inciso, Ángel es informático). 🤓
Había una avería y, de momento, esa era toda la información.
En poco tiempo, empecé a sentir cierta angustia. Si el problema no se solucionaba, no podría publicar y tampoco avisar a nadie de que no iba a hacerlo.
Y, aunque esa era la incidencia que parecía preocuparme, en realidad estaba agobiada por no poder “conectarme”.
¿Qué estaría pasando?
¿Tendría nuevos e-mails? ¿Alguien habría hecho alguna publicación importante? ¿Mi último vídeo marchaba bien? Y… ¿el ramo?
A las tres horas, la cobertura y la conexión volvieron y, salvo los mensajes de agradecimiento del cumpleañero y un par de “Mari, ¿estás viva?” de la co-regaladora, no había pasado NADA.
N-A-D-A.
Este episodio, en apariencia anecdótico, me golpeó con tal fuerza que, a finales de diciembre, cuando llegó el momento de pensar en esos nuevos propósitos y, sobre todo, en quién quería ser, lo tuve claro: no quería ser una mujer pegada a un teléfono móvil. Ni adicta a internet.
Mi trabajo ya implica una sobreconexión difícil de gestionar, así que tenía que centrarme en mis hobbies. O, mejor dicho, en mis antiguos hobbies, ya que todo lo que aparentemente me gustaba (y antes apasionaba), el 4G y mi falta de voluntad habían relegado a un último y casi inexistente plano.
¿Alguna vez has pensado en todo lo que has dejado de hacer en los últimos años? Y no hablo de lo que implica un cambio de preferencias, sino de lo que has dejado de hacer, pese a lo mucho que te gustaba y disfrutabas, por la comodidad de una pantalla azul que solo necesita de tu dedo pulgar para pasar de un vídeo a otro sin siquiera llegar al final de ninguno de ellos.
Yo, más de las que me gustaría reconocer, pero hubo tres actividades concretas que me propuse rescatar para (re)vivir:
Cocinar
Caminar al aire libre
Leer
Esto último es muy engañoso, ya que pasar tanto tiempo consumiendo “contenido”, te hace creer que pasas ese mismo tiempo leyendo. Algo de mayor o menor enjundia, pero leyendo, al fin y al cabo.
Sin embargo, esta lectura no se asemeja en nada a lo que aporta una lectura ajena al móvil (o al portátil). No solo como experiencia placentera (pasar las páginas de un libro o embarcarse en una nueva historia), sino a nivel cognitivo y como bagaje emocional y cultural.
No es casualidad que hoy en día nos cueste más concentrarnos o dedicarle más de 10 minutos a la misma actividad sin aburrirnos o sentir la imperiosa necesidad de abrir Whatsapp o Instagram de forma semiautomática, sin saber muy bien qué estamos buscando.
¿Cuántas películas completas has visto sin tocar el móvil en los últimos años? ¿Y episodios de una serie? Yo, hasta hace poco, solo lo conseguía en el cine.
Decidida a enfrentarme a mis debilidades e incoherencias, me tomé el mes de diciembre como un mes de transición, y me propuse comenzar mi compromiso con la lectura el mismo 1 de enero.
Sé que todos los refranes trabajan y “no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy” lo hace especialmente, pero el comienzo del año me motiva a abrir un cuaderno nuevo en blanco en mi mente.
Mi idea era dedicar, al menos, 20 minutos al día a las páginas de un libro, ya fuese en papel o electrónico y, cuando fuera posible, más. Tampoco quería forzarme, solo reestablecer antiguos hábitos sin imposiciones.
Para mí era más importante la continuidad que la cantidad.
Ahora es, cuando después de haber culpado a Instagram de casi todos mis males menores, he de darle las gracias por el descubrimiento de una app que me ha ayudado a afianzar ese compromiso conmigo misma.
En realidad, he de agradecérselo a Nashiel, una chica a la que sigo. Me topé con un story en el que hablaba de una app de lectura y me llamó la atención porque en la captura de pantalla parecía sencilla e intuitiva.
Esto lo remarco porque he intentado manejarme con Goodreads y siempre he terminado desistiendo. No me aclaro, no entro y me olvido de todo. Incluido de los libros.
Sin embargo, con Bookly todo fue supersencillo. Está disponible en español y te permite llevar un control de tus lecturas de forma ordenada y clara. Con la versión gratuita es suficiente para establecer unas metas (diarias, mensuales y anuales), pero en menos de un día decidí comprar la versión de pago para meterme de lleno en el asunto.
Quizá pueda parecer una chorrada, pero para mí ha supuesto una motivación extra y me ha servido para ser plenamente consciente de cuánto y cómo leo. También, gracias a ella, he podido observar mis avances: cuánto tardé en terminar el primer libro Vs el último.
Justo un par de horas antes de empezar a escribir este post para ti, he terminado mi 5º libro del año.
Esto, en números, supone:
2400 páginas
34 horas
27 días seguidos de lectura (no la instalé el 1/1)
Mi mejor día de lectura en minutos fue de 214
Mi mejor día de lectura en páginas fue 213
La app tiene 5 menús:
Mis libros: donde puedes ordenar los libros en las categorías que quieras. Yo tengo “quiero leer”, “leído” y “leyendo”.
Goals: aquí se recogen tus metas, tanto diarias, como mensuales y anuales. Mi meta diaria es de 90 minutos de lectura (no siempre lo consigo) y la anual de 36 libros.
Estadísticas: aparece una gráfica del mes para que puedas ver tus altibajos de lectura, el resumen global, las infografías (información que has guardado de cada libro), logros (hay 33) y retos. Yo no me he apuntado a ninguno, pero de forma puntual aparecen.
Asistente: la app tiene una mascota llamada Bloo que te da la enhorabuena por tus avances. No es algo especialmente útil, pero sí simpático.
Tienda: según vas leyendo, consigues diamantes que te sirven para cambiarle el look a Bloo o la apariencia del icono de la app. También puedes comprarlos, pero ya os adelanto que no voy a pagar ni un solo euro para ponerle a Bloo un parche pirata en el ojo.
Lo más interesante, a mi modo de ver, es la experiencia de lectura. Una vez hayas registrado un libro y puedas comenzar tu primera sesión de lectura, solo tienes que pulsar el botón “empieza a leer” para que la propia app cronometre el tiempo. Cuando pulsas este botón, te aparece un menú en el que puedes:
Pausar/parar
Añadir una cita del libro: para mí lo más innovador es que puedo hacerle una foto a la página, recortar la frase que quiero y el propio programa convierte la imagen en texto. También puedes dictarla con una nota de voz o escribirla.
Activar una cuenta atrás.
Añadir un pensamiento.
Anotar una palabra.
Poner sonido ambiente: en la versión gratuita hay uno y en la de pago 9.
Al acabar el libro te deja puntuar de 1 a 5 estrellas.
Con Bloo o sin él, desde aquí te animo a que leas fuera de la pantalla. Eso sí, sin olvidar tu cita semanal con CÓDIGO 29. 😜
Sé sincera contigo misma y apuesta por el tipo de libro que realmente te guste y entretenga, sin pensar en si es lo suficientemente culto, relevante o transgresor.
Lo importante es leer, ya sea algo firmado por Dostoyevski o por Dan Brown. Tiene que gustarte a ti y no con quien compartas tus lecturas.
Aunque esto también motiva: poder hablar con alguien de lo que lees, recomendarle un libro y pedir otra recomendación de vuelta, además de enriquecedor, te ayuda a seguir con tu objetivo.
Si te sientes sola en este aspecto, recuerda que en mi canal de Telegram yo comparto todas mis lecturas y, además, hemos iniciado una lectura conjunta que pondremos en común el 10 de febrero. Puedes echarle un vistazo aquí.
A veces recibo mensajes como estos y me emocionan muchísimo:
Y si no te gusta leer, no pasa nada. Recuerda qué es lo que te apetecía hacer en tu tiempo libre antes de que las redes sociales llegaran a nuestra vida como un tornado y rescátalo.
¿No encuentras nada? Invéntalo. Busca un nuevo hobby, pruébalo y siéntete libre de abandonarlo sin remordimientos.
Espero que este post te haya invitado a pensar en todo eso que te gusta y que has dejado de hacer. Recuerda que “nunca es tarde” es otro refrán al que le gusta trabajar. 😉
Nos leemos el próximo domingo.
Un beso,
Mari. 🦋
Totalmente de acuerdo con el escrito de hoy, yo hace días que me estaba planteando las RRSS, pq consume mucho tiempo y he dejado la lectura apartada, me he puesto el reto de retomarla y me ha ido de fábula el club de lectura que has propuesto. Gracias por exponerlo. ❤️
Yo este año quiero hacer doce meses, doce libros. Siempre leo pero creo que no llego a 12 libros al año. Estos retos son muy motivadores y molan. A ver si me apunto a leer alguno en común con vtras! Besos